

Su obra empieza a ganar reputación, primero nacional -en 1961 celebra su primera muestra individual en una galería comercial de Madrid- y enseguida internacional -en 1965 y 1968 expone en la Staempfli Gallery de Nueva York-.


Como en los inicios de su carrera, Antonio López sigue fiel a los temas cercanos -escenas caseras, imágenes de su mujer y sus dos hijas, objetos anónimos y humildes del entorno doméstico, espacios desolados, imágenes de su jardín-, pero su presencia es cada vez más intensa, más precisa y, al tiempo, más enigmática.


La ejecución de los cuadros se dilata -hay obras en las que ha trabajado a lo largo de más de veinte años, hasta abandonarlas en un estadio que el artista no acaba nunca de considerar definitivo-, por lo que, a pesar de una dedicación constante y exhaustiva, su producción es corta en número.

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